NERPIO
El
silencio paseaba por las calles, era hasta un poco tenebroso. Las ventanas,
cerradas a cal y canto. De repente se oyó un ruido ensordecedor y me
sobresalté. Mi padre me dijo que por fin habíamos llegado.
Entramos en la casa y el calor me recorrió
todo el cuerpo. Ibamos a compartir aquella casa con tres parejas más y sus
hijos; en un pueblo que me pareció alejado de la mano de Dios. Un bostezo se
escapó de mi boca y me adormecí. Cenamos y por fin pudimos irnos a dormir.
Por la mañana me sentí en el paraíso cuando
salí a tomar el aire . Me pareció increíble, un aire fresco y purísimo. No se
oía nada, solo el canto de los pájaros y su aleteo. Pasear por las calles
también era un espectáculo: los coches recubiertos de una fina capa de humedad
convertida en escarcha y el frío del pueblo que apenas nos permitía respirar.
Caminamos por debajo de un puente, allí
el río llevaba un agua tan cristalina que se veía el fondo. Mientras lo cruzaba
piedra por piedra, unos alegres rayos de sol me acariciaban la cara. Detrás del
puente nos encontramos con las gigantescas piedras que guardaban, como antiguos
guerreros, el pueblo. Unos montañas tan blancas como la nieve más puro.
Entonces comenzó la caza. Seguimos el rastro
de un jabalí pero comenzó a nevar y le perdimos el rastro. La decepción nos
invadió, el animó nos abandonó. Tuvimos que volver a casa y allí nos esperaba
el resto del grupo para escuchar nuestra aventura. Ninguno queríamos responder.
Finalmente uno de nosotros con voz agotada dijo:
–
No
ha servido de nada salir hoy.
Un silencio se apoderó de la casa; las
ventanas cerradas a cal y canto: ya eramos una parte más del pueblo. Parecía la
típica película de terror pero no era el caso.
CRISTIAN LEÓN 3º A
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